miércoles, 14 de julio de 2021

EXPOSICIÓN FOTOGRÁFICA CHICAGO. FOTOS DE MIGUEL ÁNGEL ROMACHO. TEXTOS DE CARMEN MEMBRILLA.

 

 

Hoy casi todas las ventanas permanecen cerradas y una estatua de mujer en bicicleta desafía el miedo desde las alturas. Estoy convencida de que el Cointreau que se lee en las vallas publicitarias es un licor hecho a base de cáscaras de naranja. Sin embargo, desde este aislamiento, no puedo asegurar que mi existencia no sea una simple ilusión. Por eso quería arriesgarme y trascender las calles de la ciudad; para poder escribir en todos los idiomas esa luz que frena las huidas. Me conformo con que solo mi voz pueda viajar en autobuses vacíos. Así la sensación de derrota no llegará a ser tan absoluta.

 

 

Hoy escribo en un registro azul. Azul casa, azul cielo, azul contenedor de basura...Se ha roto el ritmo de mis rutinas y esta quietud espeluznante me recuerda lo vulnerable que soy. Por primera vez en mi vida, puedo sentir la densidad del silencio y la fragilidad de las sombras sobre el suelo. Por primera vez en mi vida, puedo advertir la cruel sofisticación de los tendidos eléctricos que atraviesan las calles desde arriba. Mientras; y de una forma idéntica, se me van derrumbando los días iguales.


 


Como vestida de bruma la ciudad me recuerda que tengo que esquivar esa vida que se expande mucho más allá de mis ventanas. Por eso miro de lejos el perfil de los edificios, la verde cotidianidad de los parques solitarios, el color átono y singular del cielo. Hoy es otro día extraño y por tanto solo puedo escribir un fragmento aproximado de lo que supone la belleza sobre la sombra del desánimo.

 

 

Cuando el agua contrasta con el cielo y entre la ciudad y yo se interpone la distancia, siempre escribo palabras apresuradas. Desde aquí el paisaje de rascacielos parece dibujar una línea de horizonte. Puede ser que mi fatiga enturbie la sensación de placidez ante esta contemplación; pero la ciudad no miente y aunque puedo ver cadenas que separan lo que fui de lo que soy en este momento, aún existe la opción de un deseo. 

Solo me quedaría gritarlo.


Nadie puede salir a la calle. Miro otras casas del barrio y mido los horarios y las rutinas por la posición e iluminación de sus ventanas. Es inquietante la soledad que se respira, soledad que ahora parece eterna. La ilusión de una tormenta eléctrica que rompiera de una vez esta tranquilidad, siempre dependerá de los vientos del norte. Así que me aferro a esta brisa gélida y me conformo con ver caer el silencio de la nieve.

 

 

Me gustaría saber cuál es la temperatura exacta, qué nivel de contaminación se podría registrar en este justo momento, qué volumen de ruido existe aquí y ahora, cuándo comenzará la lluvia, en qué dirección soplará hoy el viento... Pero esa farola encendida no me da respuestas; quizá ella también enmudeció ante la certeza de que ahí fuera hay algo aterrador que espera agazapado, contemplando con gusto el inmenso vacío de las calles.

 

 

Solo el color de las flores me hace olvidar que el mundo se ha detenido y que quizá todos juntos nos dirigimos de manera individual hacia ninguna parte. Entonces triunfa este mecanismo cotidiano; el que me hace luchar en pijama contra la locura, como la más siniestra de las posibilidades.

 

 

Si miro a través del cristal creo adivinar los edificios altos de una gran ciudad. Entre las incoloras grietas del miedo intuyo que es fuera donde está el peligro. Puede que el mundo se haya roto, puede que ya haya llegado el invierno. No lo sé con certeza. Solo sé que tengo que quedarme dentro. Aunque este encierro me esté haciendo daño. Aunque ahora mismo sea incapaz de nombrar lo que es coherente, lo que es armónico o lo que es esencial para mi existencia quebradiza.



Llueve insistentemente. Confinamiento del cuerpo, rebelión de mi alma. Imagino una gran estrella roja que aleje el derrumbamiento; que atraiga algún deseo: quizá el de brindar por las librerías abiertas, por los bares funcionando, por los actos culturales, por las clases presenciales, por los paseos infinitos, por las ciudades emblemáticas que aún no conozco... y por todos los besos,  por todos los abrazos que ahora mismo me están faltando.



Las verdaderas protagonistas de mi destierro doméstico son las ventanas. Detrás de todos los cristales estoy yo otra vez, asumiendo la dilatación de los tiempos y resistiendo este pulso con la reclusión de mi libertad, de mis recuerdos, de mi memoria...Siento que avanzo, retrocedo, tropiezo y me balanceo sobre una misma línea recta que quizá haya construido yo misma rompiendo los límites precisos entre la verdad y la mentira. Solo veo ventanas vacías y en cada una de ellas, nuevamente la intuición de mí. ¿Es posible que esté yo sola en esto?


Pienso en el ir y venir del tiempo, en los cruces de caminos y en todas las intersecciones. Ultimo cada uno de esos lugares íntimos en los que estallan las huidas sobre los puentes rojizos y desnudos. Pienso también en la caída de la luz y en la derrota de los atardeceres. Ahora me detengo en mí ¿Qué clase de mujer sería yo si mi imagen no se desvaneciera ante todos los espejos?

 

 

Me gustaría iniciar una travesía porque hace juego con caminos, con aventuras, con vías, con paisajes. Podría escribir un recorrido en el que yo sería visitante de lugares imaginarios, irreales, inexistentes quizá. Podría diseñar por escrito fronteras que alentaran literariamente mis textos. La pretensión es una inmersión silenciosa que finalmente pudiera traducirse como un viaje interior con destino desconocido.

 

 

El poder de mis versos impulsa la inmensidad de aquellos horizontes que jamás fueron un sueño. Quizá es cierto que todo es posible. Hasta la lluvia más fina en los últimos días del invierno.

 


Cuando bajan las nubes me sitúo en una extraña dimensión temporal que me hace avanzar hacia el futuro. Tiempo intangible, tiempo que aún no pertenece a nadie, región absoluta que trato de conformar con palabras. Ahora admiro la ciudad difusa desde este presente estático e insisto en preguntarme si el futuro no es solo una mera irrealidad. 


Volar con cualquier movimiento a través del aire. Me elevo y me muevo con el viento, quizá más allá de los edificios, quizá más allá de la atmósfera terrestre. Planear. Adoptar nuevas perspectivas. Mirar desde arriba. Escribir alas y sueños... e insistir constantemente. Imaginar de nuevo este momento.

 


 

Quiero coger ese tren. Un viaje se sostiene siempre entre los puntos cardinales y la implicación directa es un nuevo aire de libertad, de pasión, de alegría. Quiero experimentar de nuevo la vida y el movimiento. Quiero alejarme de la incertidumbre y la inquietud, quiero acercarme a la magia y a la risa. Quiero explorar rumbos y mapas, utilizar brújulas y avanzar sobre estas vías proponiendo itinerarios que siempre resulten infinitos.

 

Si recurro al silencio no es por capricho. Es para imaginar los pájaros sobre los árboles y los árboles sobre la tierra y la tierra sobre la niebla y la niebla sobre el clamor de dos cuerpos que se aman. Lírica erótica. Hambre de besos. Luces que estallan. Nombres y sombras.


 

Los reflejos de la ciudad quedan sostenidos entre la solidez de la tierra y los murmullos del agua. Miro esta imagen y siento que me extingo; y en esa pérdida de mí misma tiemblo ante la magia de un presentimiento poético. Buscar un mundo seguro, evitar la realidad más concreta y trascender castillos, fortalezas, hospitales y cárceles para llegar de nuevo hasta aquí. Hasta la locura profética de un nuevo amanecer.

 


Siempre me han interesado los semáforos. Hipnótico entusiasmo de horas delirantes. Miro de forma abstracta la geografía y el paisaje de este pedacito de ciudad enmarcado. Itinerarios que se indican, cruce de caminos, nombres de ciudades y de calles que no me sirven para nada. No puedo salir ni escapar. Ni siquiera podría descender hasta las miserias del subsuelo. Sugestión infinita en esa farola sola y desorientada. Víctima, como yo, de la confusión y de la inamovible disciplina de los edificios.

 


Sobre la escalera de incendios descansan las profecías, las adivinanzas, las letanías, los requiebros y mi propia locura. Esa que hoy se traduce en ventanas y balcones, en paracaídas, en desorientación y en aterrizajes azules, porque mentalmente siempre incluyen el mar. Ningún tipo de aglomeración humana. Es la versión sintética de esta catástrofe acristalada donde mi cuerpo sigue siendo estático; donde mi mente sueña de forma constante con una salida de emergencia.

 

 

El espacio hoy es amarillo sobre asfalto...y hacia arriba elevaciones agudas que hacen guardia mientras contemplo el artificio de una playa imaginaria. Me sumerjo y reaparezco al compás de las farolas, al compás de las aceras gastadas, de las columnas solitarias. La perspectiva no es nueva; una vez más fracasan mis gritos de urgencia. Como si nadie los entendiera jamás, como si no fuera evidente la insignificancia de las banderas.

 

 

Sueño con escaleras vacías, con columnas desnudas y con edificios altos que chocan contra el tono grisáceo de un cielo cruel. Imagen fracturada con ausencia de sol. A pesar de todo, distingo claramente miles de ventanas y tras ellas...miles de presencias en la sombra. Y así...bajo la dictadura del silencio; en esta irrealidad del miedo, puede ser que al despertar encuentre árboles dispersos y algunos coches aparcados. Pero me duermo nuevamente y es entonces cuando acaricio la ilusión de barandas de color verde.Supongo que para poder apoyar el cansancio de este encierro.

 

 

Y una vez más se cumple mi deseo; florece la ciudad con un invierno imaginario, la niebla anaranjada podría cubrir amaneceres cálidos que me hicieran olvidar la muerte en los sonidos, la escarcha en el contorno de mis uñas y el raso resplandor en las ventanas.

 


 

Y aquí, refugiada del peligro, permanezco rodeada de luces rojizas, de sombras pendientes y de un aire azulado que a veces me hace olvidarlo todo. Mi eterna inclinación a la soledad ya no alimenta palabras ni tiempos. Por eso me resigno a contemplar desde dentro los charcos de las calles y el cielo...cada vez más lejano.



Me niego a destruir mi mente con turbios naufragios, con muertes en serie. Me niego a luchar contra las sombras, a escribir los días de la semana, a entristecerme ante esta ciudad parada. Así que trato de adivinar la dirección del viento y me dejo llevar por la intuición de las horas. Tal vez hoy descanse. Sí...

Sobre las ramas desnudas de los árboles.


 

 

 


 

 

 

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