Cuando empieza septiembre siempre es feria en esta
ciudad. Es el tiempo de los niños y sus sonrisas encendidas; los padres
vigilantes no hablan de tristeza; esperan de pie a que el carrusel finalice su
redondo recorrido para recuperar de nuevo a sus hijos que después del viaje
soñado aparecen un poco más felices, más inquietos, más traviesos…y de forma
imperceptible un poco más mayores.
¡Qué pena que crezcan los niños!
Durante la feria se puede pensar en presagios, en la
blancura de las paredes, en pedazos de vidrio que no flotan, en el color azul.
Además; durante la feria se puede sentir fiebre o algo parecido, aunque el día
de la semana sea el jueves, aunque ocurran los
perfumes y los espejos.
Así es. Jueves de feria. Quizá sean las cuatro de la
mañana o quizá un poco más tarde…Voy andando por el centro del recinto y me
siento mal. Me detengo. Me gusta permanecer inmóvil cuando el bullicio de la
gente pasa por mi lado. Avanzan lunares y sombreros, lágrimas y destinos.
¿Estallarán ahora los fuegos artificiales? Miro al cielo. Ausencia de colores
vivos. Pienso con los ojos cerrados…pienso en el cartel que anuncia las
fiestas: los arcos de la plaza de la Constitución y algunos motivos
gastronómicos y… la catedral y el torreón del Ferro…y dentro del tren de la bruja
una pareja con el traje típico… ¿Qué pasa? Estoy en el suelo. Oigo sirenas y
murmullos. Todos los rostros difusos están ahí arriba. Tarros de mermelada en los
armarios de cocina. Es mi niñez. Días que pasan, alas cortadas. ¿Qué ocurre?
¡Ah…pero si soy yo! Es cierto; yo estaba tendida en el suelo ¿os acordáis? O
sea, que vienen por mí, porque he caído desplomada en el centro del recinto
ferial: residuos, ventanas, dolor, farolillos… ¿Aparecerá este hecho en el
periódico de mañana? Ya estoy en la camilla… ambulancia… hospital. El trayecto
no es muy largo pero me da tiempo y pienso en la belleza, en la pobreza, en los
enigmas, en el mar… Habitación impersonal, capicúa, limpia y aséptica. Camisón
de la seguridad social, abierto por detrás, cama articulada, no hay glamour.
Entrar, salir, ir, venir… Todos se confunden, creen que soy un coma etílico;
pero yo no explico nada. ¡Que se jodan!
Él entra por primera vez, distinto, vestido de
verde; todos los demás pijama blanco. ¿Es el médico? Mi colección de cajas de
madera...lágrimas…campanas. Tiene las manos suaves y también calientes.
Exploración inútil...llagas invisibles. Tiene la voz bonita. Agua…
olvido…fósforos. Me pide que colabore. Lo miro fijamente a los ojos. Ahora estamos
solos los dos. ¿Lo he intimidado? No sé…pero aparta la mirada. Le digo que
necesito palabras; eternamente palabras. Le digo que me gusta escribir. Mucho
más que hablar…Me está escuchando. Yo diría que con mucha atención…pero ya no
tengo ganas de seguir. Quisiera dormir, soñar, desaparecer…Sale de la
habitación. De nuevo estoy sola… rumor de olas… algodón dulce. Ruido de puerta
a la que se empuja. Entra de nuevo. Trae un cuaderno. Me lo da. Sobre la
portada puedo leer en diferentes tipografías de distintos colores:
CLEXANE-ENOXAPARINA
Patologías
médicas agudas-Insuficiencia cardíaca, insuficiencia respiratoria, procesos
infecciosos agudos, procesos reumáticos, enfermedad inflamatoria intestinal.
Sin aumento del riesgo de hemorragia, sin efectos adversos significativos…
¿Es un mensaje cifrado? Lo miro nuevamente; interrogación en mis ojos. Ahora me da un bolígrafo de color naranja fuerte donde se puede leer MOPRAL; es un bolígrafo de médico; no de profesor, ni de notario, ni de dependienta…Me sorprende su sonrisa. Es sincera. Todos sus rasgos se han suavizado. Bordes… huida… luz.
-
Escribe
lo que te pasa, por favor. Si no lo haces no voy a poder ayudarte. Tómate el
tiempo que necesites.
Paz…silencio…música…
Tic…tac
Acaba de entrar nuevamente; lo he llamado con el
timbre avisador que cuelga sobre la cama. Le doy el cuaderno. Se sienta en la
única silla de acompañante que hay en la habitación. Comienza a leer.
Nieve… sábanas…blanco…
Sobre mi
mesita de noche hay un reloj cuadrado que marca impasible el transcurso de una
vida que podría haber sido distinta. Sin embargo, esta noche he encendido la
luz y el espejo que hay enfrente me ha devuelto despiadado mi cuerpo y mi
rostro; siempre los mismos; progresivamente deteriorados; los únicos donde yo ubico
mi personal forma de sentirlo todo.
Luis, mi marido, seguía ahí; durmiendo.
Hace mucho tiempo que delimita estrictamente la esquina de la cama que por
derecho le corresponde. Yo lo agradezco en
silencio. Entonces he concluido fácilmente que es ésta y no otra mi propia
verdad, desdoblada en la mentira más absoluta.
Me he levantado
lentamente para no hacer ruido, he avanzado hasta el comedor; sobre la mesa de
nogal había un paquete de tabaco, quedaba un solo cigarrillo, lo he encendido y
he tratado de saborearlo cómodamente sentada. He roto a llorar.
Sí. Puede resultar triste que ese
cuadro de Monet, nunca deje de representar a una mujer solitaria. He cerrado
los ojos y he respirado conscientemente antes de comenzar a jugar con la
palabra amor:
Amor
con mayúsculas, amor verdadero, amor de mi vida...
en definitiva, palabras que tratan de ajustarse a ideas inexistentes, a
sentimientos que murieron por asfixia, hace mucho, demasiado tiempo tal vez.
El cigarro se ha consumido con la
misma rapidez con la que se consumieron todos mis sueños.
Me siento agotada, es un cansancio
acumulativo que me destruye paulatinamente. Es el cansancio que me produce
sentir las incalculables dimensiones de lo poco que soy, de lo poco que
significo.
Ya no tengo fuerzas para seguir
aferrada a las rígidas normas de un orgullo absurdo que sólo ha servido para
conducirme directamente a ser una sucesión de días, semanas, meses, años... y
llorar cuando nadie me ve y guardar apariencias y fingir la suficiente
indiferencia con la que ya ni siquiera soy capaz de continuar la gran farsa que
significa mi vida.
Pensar así, sin tapujos y
sinceramente, me produce escalofríos y una sensación de vértigo que me hace
caer hacia un vacío esperanzador porque nunca podrá llegar a ser más inmenso
que el que me rodea en este preciso momento.
Resignación es una palabra que odio.
No es práctica, no es útil, no significa nada, es absurda. Sin embargo la he
utilizado siempre y la he creído como si
fuese una maldita forma de vida.
Resignación es no hacer nada nunca.
Este es un buen momento para
reaccionar.
Lo he decidido.
No tiene por qué ser demasiado
tarde.
Acaba
de terminar de leer. Se levanta.
¡Miedo!
¿Instrucciones?
¿Medicación?
Mi
pulso se ha acelerado y mi corazón late ahora con toda la fuerza. Creo que esto
es rubor y también arrepentimiento. ¡¡¡Idiota!!! ¡¡¡Qué le importa a él tu
vida!!! ¿Por qué tanta sinceridad? No deberías haberlo escrito. Lo que se
escribe permanece para siempre. Atrapada. Sin posibilidad de retorno. Continúo
sin mirarlo. No sé lo que hace él pero sigue ahí frente a mí.
Habla.
-
Bien…no estás enferma; estás abatida.
Hay veces en las que uno se siente desbordado…No sé qué decir. Voy a darte el
alta (Silencio) Mira…son las ocho menos cuarto. Mi turno acaba a las ocho. Si
quieres, podemos tomar un chocolate con churros…yo creo que te haría bien.
(Trata de bromear). Además si es por
prescripción médica…deberías aceptar…
-
¿Dónde?- pregunto con la mejor de mis
sonrisas.
-
En la feria.
Le
digo que sí. Me acerca la bolsa con mi ropa. Sale. Me visto. No puedo calcular
lo que tarda en volver. He sido mucho más rápida. Veo cómo avanza por el
pasillo. Vestido así parece más humano. Es la cuarta vez que entra en la
habitación pero… yo ya no estoy.
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