martes, 20 de junio de 2023

3 DE JUNIO DE 2020

 CALMA EN LOS TEJADOS.

 

Me dijeron que tenía que quedarme en casa y eso hice. La curva de contagios debía descender y todos queríamos colaborar en este triste acontecimiento sin precedentes. Yo la primera. Obedecer. Quedarme en casa. Días, semanas, meses…Dos meses de confinamiento. Afortunadamente la curva ha descendido. Sin embargo, la palabra “desescalada” me produce una inquietud indescriptible, un miedo, una angustia y una inseguridad tremendos.

El caso es que ya puedo salir a la calle, pero algo dentro de mí refuerza el adverbio de negación:

No a la calle, no a la gente, no a las zonas comunes, no a las barandas, no a los pomos, no a los tiradores de las puertas, no a los bares, no a los vasos, a los cubiertos, a los platos, a las servilletas, no a cualquier posibilidad de contagio, no escuchar toses, no tener tos, no tomar nada, no salir…Es una negatividad intrusa, una confusión inquietante, una situación que me desborda. Y es que todo avanza hacia una nueva normalidad en la que sigue existiendo el mismo marco de peligrosidad que había al principio. La diferencia es que antes no lo sabíamos y ahora sí.

Por eso sigo aferrada a este espacio que me ampara y me defiende, que me escuda y me resguarda, que me respalda y me favorece, que me guarda y me acoge. Esta casa ha sido mi refugio y mi lugar de trabajo, de ocio, de proyección de sueños y de temores, de logros y frustraciones. Dentro de ella he coleccionado las más variadas sensaciones desde que todo esto empezó. Esta casa ha sido un depósito de emociones durante este tiempo, me ha hecho sentir bien, y junto a mí ha sido consciente de que el verdadero privilegio reside en la salud, en el tiempo y en la vida.

Durante este encierro esta casa me ha hecho feliz a través de la luz que ha dejado entrar cada día. He cocinado, he leído, he trabajado, he hecho ejercicio, he visto películas y un par de series. Muchas veces incluso he desconectado del virus y he bebido una copa de vino blanco bien frío para brindar por todo lo bueno que necesaria y obligatoriamente está por venir. Destaco la serenidad de las ventanas y la calma en los tejados desde donde he sido testigo de aplausos, músicas y sonrisas.

Esta casa ya nunca será la misma, ni yo tampoco, porque en este tiempo ha surgido un pacto entre las dos, una complicidad emocional. Ha sido un proceso de conocimiento mutuo; sí, porque mi casa tiene alma y me atrevería a decir que he podido llegar hasta ella. Esta casa me ha contagiado su poder estático, su energía y me ha protegido del peligro más inminente. Por eso quería escribirla, escribir mi casa. Porque a pesar del miedo, esta casa me ha permitido seguir viviendo, salvarme y salvar a muchos otros a los paradójicamente, nunca llegaré a conocer.

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