viernes, 13 de septiembre de 2013

ESPACIOS INVADIDOS




Tengo un dolor en el pecho. Hoy me duele la vida y a mis 44 años siento que se pierde casi definitivamente la niña que fui. Aprieto las manos pero él ya no me responde. Es como si algo en su cabeza se hubiera paralizado. Como si sus neuronas estuvieran haciendo una conjura contra el tiempo, contra el espacio, contra sí mismo. Ya no reviven los recuerdos nítidos. Ya, ni siquiera son recuerdos. Están adulterados, contaminados, desprovistos de sentido. Invaden su existencia monótona y hacen que todo vaya perdiendo color. Está solo. ¿Es suave su soledad? No sé, pero él se ata al pasado y me ve a mí como una niña pequeña que sostiene en su regazo a otros niños (que quizá sean mis hijos) que tienen sus caras deformadas. Dice que me habla y yo no le respondo. No puedo contestarle. Yo no estoy ahí. Resiste sin miedo, sin terror. Asume presencias que cierran sus sueños, que taponan su cordura, que provocan grietas en su realidad. Ya no percibe música, solo formas geométricas que encajan dentro de cuerpos humanos, de rostros humanos, de bocas humanas que no pronuncian palabras. Los movimientos son sigilosos. Las puertas son importantes porque a través de ellas los fantasmas desaparecen. Él los busca, como si quisiera comprender algo. Las manivelas son importantes porque abren las puertas de las mismas habitaciones donde ahora, sin embargo, ya no hay nadie. Aparatos y botones e instrumentos...y una tabla de planchar y ruedas; ruedas que giran y marcan el tiempo en un microondas, en una lavadora, en un lavavajillas...y de pronto, espacios invadidos nuevamente. Las neuronas conjurando y conjurándose; millones de efectos colaterales. Ni siquiera las estrellas tienen ya sentido. Persianas bajadas, ventanas cerradas, geometría en espiral...
El destino marcado por la rigidez de su cuerpo, por el temblor de sus manos; dibujar un círculo donde pueda caber toda la confusión que alberga su mente....Si cierra los ojos se queda tranquilo. Cesa la presión en las sienes e imagina almohadas mullidas y peces de colores dentro de los mares del sur. Su hija también ha perdido el rostro pero él sabe que es ella. Se sienta a su lado sin hablar y él se deja acompañar; sin miedo, sin terror.
Niebla cerrada que llena su mente. Destino marcado por alfileres y líneas que delimitan la frontera de la locura, de la enfermedad, del dolor y la muerte. Burbujas que crecen cada día un poco más...y callan...y están...y se esconden...y sonríen...y se van. ¿No hay una varita mágica que arregle las sombras de una vida gastada? ¿Nadie sospecha del viento? Gravedad de los años. Tiempo ingrato.
La niña pequeña comienza a llorar. Su padre no la oye. Se suma, se divide, se resta, se multiplica, se aleja...Tiene un dolor en el pecho. Hoy le duele la vida...y siente que se pierde definitivamente...como si ya tuviera más de 40 años.

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