jueves, 5 de septiembre de 2013

MIEDO






A veces los miedos se convierten en fobias y cuando esto ocurre uno no puede atravesar un espacio abierto; uno no puede tocar nada sin sentir la extrema, la inmediata necesidad de lavarse las manos; uno no puede dejar de sentir esa angustia que le producen las mujeres rubias o la incapacidad absoluta ante un hombre con barba.
Cuando esto ocurre la patología cae sobre ti, te atrapa, anula tu voluntad yen tu interior se desencadena el caos, la perturbación que provoca cualquier imposibilidad. Es eso; sencillamente imposible.
Yo, puedo pasear por la calle soportando el peso de mis incógnitas ante toda esa gente que se cruza conmigo.
Puedo entrar en una tienda de comestibles y comprar pan, mantequilla y leche, compadeciendo al triste vendedor que cada día adorna su monótona existencia con una corbata diferente. Odio sus múltiples sonrisas artificiales; una para cada cliente, y me avergüenza esa corbata anacrónica y descontextualizada, sobre todo cuando se apoya en el estante que contiene miles de rollos de papel higiénico apilados. La persona cuyo cometido en el mundo es facilitar que los demás se despojen de sus inmundicias, nunca debería llevar corbata.
Puedo entrar en una perfumería y absorber los aromas que me transportan hasta un recuerdo lejano escuchando los consejos sobre belleza que una dependienta estirada y extremadamente maquillada da a una mujer mucho más guapa que ella. Me resulta tan absurda como su cerco de maquillaje; tan mal extendido que es a partir de su cuello donde se puede descubrir la verdadera tonalidad de su piel. Habla lentamente, de manera pastosa, vocalizando estúpidamente palabras como “cutis”, “grasa”, “poros” y “transpiración”. Gesticula exageradamente con sus manos rechonchas haciendo gala de una laca de uñas que va a juego con la de las uñas de sus pies. Sus cejas depiladas abren paso a unos párpados eternos, sombreados con tres colores que oscurecen unos ojos redondos, pequeños, incapaces de revelar algo más; algo enigmático, mistérico, personal. El rímel se concentra en sus cortas pestañas apelotonándose en pequeñas bolitas negras que claramente le impiden una visión nítida. Sus labios están perfilados por encima y por debajo de donde correspondería y el color es exacto al que lleva en la parte intermedia de los ojos. Cuando sonríe todos sus dientes aparecen manchados de carmín y el resultado final es patético.
Puedo eternizar los momentos en un parque en el que los niños sonríen y juegan, desinhibidos, inocentes, perfectamente adecuados a un mundo que está por descubrir; sin embargo las reuniones de madres me entristecen enormemente. Me deprimen sus alardes de maternidad porque sólo son y serán madres. Me revienta que individualicen una facultad que es común a todas las mujeres de este mundo y detesto ese amplio monotema que abarca desde largas noches sin dormir hasta ofertas magníficas de pañales, pasando por estrías en el pecho y en el vientre, biberones, potitos, nombres de pediatras y balbuceos con los que imitan a sus niños. Empequeñecidas, se han olvidado de ellas mismas y ya nunca reflexionarán sobre lo que fueron o sobre lo que pudieron llegar a ser. Y así, sin nada más, lo justifican todo por la absoluta dedicación a sus hijos, unos hijos que jamás les pertenecerán para siempre. Y esto es tan evidente que me dan pena. No lo puedo evitar.
Puedo ir al cine y dejar que mis emociones se remuevan, abandonándome al llanto, a la risa, o simplemente reflexionando sobre lo que me haya parecido interesante. La película puede gustarme o no, puede hacerme pensar o no. Es todo. Entonces ¿por qué siempre me asaltan las ingeniosidades verbales del gilipollas de turno que ha leído tres libros y cuatro revistas especializadas y por este motivo tan pobre y escaso acaba cuestionando hasta el título? Los planos, el encuadre, la luz, la intencionalidad comercial, la banda sonora, la taquilla, los paisajes, incluso los interiores me importan una mierda y más cuando todos estos aspectos sólo sirven para que el mismo idiota monopolice la misma conversación en las mismas situaciones siempre.
Fue precisamente una película la que inauguró mi particular historia. Era un corto. Lo vi cuando la tele carecía de color y la decisión nocturna se limitaba en todas las familias de España a la primera cadena o al U.H.F. Protagonizado por Jose Luis López Vázquez, captó mi atención de inmediato y logró aterrorizarme. Se llamaba “La cabina”.
El actor entra de forma normal con la intención de hacer una llamada telefónica, la cabina queda bloqueada y él no puede salir. Mantiene la calma porque confía en que cualquier transeúnte le prestará su ayuda. Sin embargo, el tiempo pasa, la gente pasa por delante y nadie, absolutamente nadie parece percibir su presencia. Lo que al principio parecía un problema fácil de resolver acaba siendo un horror claustrofóbico compartido ya por el espectador. El actor pálido y aterrado no deja de golpear los cristales de esa cabina maldita y nadie lo ve, nadie lo escucha, nadie comparte con él su absoluta desesperación; sólo el espectador. Yo no perdía la esperanza de que alguien reaccionara, de que cualquiera descubriera el drama de ese hombre ya casi enloquecido. Entonces le haría una señal para tranquilizarlo y volvería con ayuda.
Toda esperanza se desvanece cuando un camión-grúa arranca la cabina del suelo y la traslada con la víctima dentro hasta una especie de cementerio de cabinas. En todas y cada una de ellas descansa el esqueleto de personas que como Jose Luis López Vázquez sólo quisieron hacer una llamada. La expresión de su cara al asumir que ese era su final se me quedó grabada para siempre.
Mi psicólogo dice que tenemos que trabajar... que vencer un miedo no es tan difícil... que dos veces por semana es suficiente... que le hable de mí...que colabore... que si él supiera cuál es la raíz… que lo intente... y yo, que lo odio profundamente, lo miro a los ojos y le deseo con todas mis fuerzas la muerte más indigna. Me recreo imaginándolo putrefacto con un teléfono entre las manos.
Mi mirada lo descoloca, lo pone nervioso y sé que entonces yo soy su miedo.

No hay comentarios: